Viernes, 2 de agosto
Amanece en Zarautz y los ruteros comienzan a recoger campamento para un día que de antemano se sabe va a ser duro. Pocos suministros a la llegada (por lo que hay que cargarlos en la caminata), combinaciones imposibles de transporte público en caso de no querer caminar y el cuerpo pidiendo un día más en Zarautz. Tomamos dirección sur, alejándonos de la costa hacia el monte y comenzamos la ascensión del vasto y exuberante Parque Natural de Pagoeta. Muchos continuaron con las siempre triunfadoras dinámicas de caminata: "Conexión", "¿Qué preferirías...?", "Odds on...". Otros utilizamos la ascensión para reflexionar, viendo ya cercano el final de la aventura y estando rodeados de un entorno que invitaba a la introspección.
Tras atravesar el famoso hayedo, alcanzamos la localidad de Aia. Allí aprovechamos para rellenar cantimploras y reponer fuerzas, mientras algunos pasaron por la Parroquia de San Esteban. Bien nos habría hecho rezar, ya que al abandonar este pequeño municipio comenzaba un ascenso (interminable) en el que el camino tomaba bifurcaciones mal indicadas que iban en contra de la lógica. Muchos se perdieron. Yo mismo, junto al grupo que caminaba conmigo, durante al menos 30 min. Después de varias expediciones entre las zarzas y darle 50 vueltas al mapa, encontramos un estrecho sendero que ascendía entre los matorrales. En el camino, algunos fuimos bendecidos con la visita de la famosa cabra.
Entre bromas, canciones y múltiples paradas para reubicarnos en el mapa, llegamos a un enorme prado que indicaba el final del ascenso. Las vistas invitaban a quedarse, así que aprovechamos para tumbarnos en el asfalto y reponer fuerzas para afrontar el descenso. Una vez descansados, bajamos a buen ritmo hasta llegar a Elizmendi. Parada técnica para comer y hacer una mini-siesta a la sombra de la Lonja de la Iglesia de San Pedro. Algunos ruteros aprovecharon la ocasión para practicar el euskera con las señoras del lugar, haciendo uso del '¿komunera joan naiteke?' y agradeciendo con un sonoro 'eskerrik asko'.
La cumbia y la salsa nos acompañó en el siguiente tramo hasta Zizurkil. Invadiendo el carril bici que nos hizo de sendero, animamos a cada ciclista que se nos cruzó, como si no fuéramos nosotros los que necesitaban ánimos. Tras un apoteósico final de etapa con una pendiente de acceso al pueblo que parecía colocada a drede, entramos a Zizurkil guiados por las notas de la dulzaina y entonando a viva voz los versos de la Moza.
Ya en el frontón que haría de alojamiento, hicimos recuento de bajas (enfermos, lesionados y perdidos) y nos dedicamos a invertir la tarde en nosotros mismos. Yoga con Sema para evitar lesiones, el diábolo de Alba para deleitarnos, el cubo Rubik de Ochoa para devanarnos los sesos o el mítico taller de siesta para reponer energías. A pesar del sobrecogimiento del pequeño municipio por la llegada de tal alboroto, conseguimos hacernos hueco y disfrutar de este paraje en mitad de los campos vascos. Antes de irnos a dormir, entre catxis de cerveza, hicimos un recuento de lo vivido en estos días y empezamos a notar la nostalgia que se siente cuando los quetzales emprenden su vuelo de vuelta.
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