El agua del mar está más fría de lo habitual. Paso a paso, con los dedos congelados, el paseo de hoy se hace demasiado largo. La playa se agranda, la arena se pega a la piel y pesa, pesa mucho... Y la sal se agrieta con el agrio sabor de la nostalgia mientras el Atlántico se extiende en el largo camino de la memoria.
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Aquel día me mojaba la mano en una playa de Fisterra. Lo hacía por superstición, tratando de pausar la cascada de sensaciones que dejaban las sonrisas, las conversaciones, y las miradas de tantas personas, de tantos quetzales. En aquel momento me daba cuenta de muchas cosas, y ellos, la mayoría, se quejaba de que el agua estaba demasiado fría. El Atlántico no es ni el Mediterráneo ni el Caribe.
Hoy, en este paseo solitario, querría romper la distancia que nos separa a todos. Volar a cualquier playa, vale la mía, y correr sin parar para sentirnos vivos, sentirnos entre nosotros, y dejar de tener miedo al mundo que dicta la rutina. En realidad, en este paseo, sueño con volver a ser libre con el grupo 11 en el Tayrona, a escuchar el acento paraguayo, el mexicano, el colombiano… Simplemente, a escuchar y a ser.
Pedro Rodríguez Villar, rutero 2015.