La ruta no te deja indiferente. Me acuerdo de preparame para el viaje como te preparas para el sexo la primera vez. No era la primera vez que viajaba, pero esta tenía que ser espectacular. Todo el mundo me hablaba de la Ruta. Mi primo lo había hecho en los 90, y desde entonces dice que no para de viajar. Ana, una amiga, me decía que había sido la mejor experiencia de su vida. Mis padres, que siempre han sido muy liberales, me ayudaban con los preparativos. Y así entregué el proyecto de investigación. No tenía mucha idea de lo que hablaba: el impacto de los viajes en la península de Yucatán. Pero aceptaron mi propuesta. Mi ínsula ya estaba agitada y nerviosa pensando en este viaje. La ínsula es una zona en la corteza cerebral encargada de interpretar estados corporales y generar experiencias emocionales. Yo estaba a cien. Aquí empecé a integrar la mirada rutera: es mucho más divertido proponer, ser sugerente. Aunque cueste trabajo. Los preparativos también son divertidos. Luego entras y sales, y te quedas con cuerpo agridulce entre desconcertado y contento, si has tenido suerte. Entré y salí, o viceversa, casi sin darme cuenta, y volví a hacerlo. Osea, volvería a hacerlo.
Yo hice la Ruta en 2016. De eso hace ya 4 años. Fue un viaje bastante tutorizado y restrictivo pero divertido. Sobre todo la convivencia (la que nos permitían). La verdad es que cualquier cosa que cuente de ese viaje, después de tanto tiempo, sería necesariamente una manipulación de la realidad. Pero sí que puedo contar lo que me queda, que son personas muy bonitas, y sobre todo, relaciones virtuales, porque estas personas viven lejos. Aquí se me abre la mirada otra vez, y cuando vi la convocatoria de textos sobre esta experiencia vital que de tan lejana se me hace imposible de narrar, me dí cuenta de que la mirada rutera todavía me acompaña, y que a ella le debo no rechazar el potencial del mundo virtual. Esta epifanía ocurrió más o menos de la siguiente manera:
Llevaba 10 minutos deslizando a derecha e izquierda, como haría en un catálogo d sofás cuando mis padres están de mudanza, pensando me va a tocar subirlo a casa y seguramente se me caerá en el pie descalzo, porque cuando he bajado a ayudar estaba tirada en el sofá de siempre (que no se por qué cambiamos y en honor a la comunicación eso también lo dejo caer), y aunque hubiese llevado zapatos me los tendría que haber quitado a la puerta antes de entrar, porque coronavirus. Y yo me cago en el abismo que queda entre el pánico y el por si acaso, que son dos cosas diferentes, y aquí se vive así, pero se me ahoga el grito en la decepción porque no tenía que habérmelos quitado no pero ahora tengo el pie enjaulado y aullando y solo ha hecho falta un barrote para encerrarme, un barrote que todavía me aplasta y molesta, no tanto por el dolor del pie, que es soportable. Entre el escándalo y las lágrimas ay la pobre niña, ay que se queda coja, por fin levantan el sofá y a mí me da un latigazo agudo que me despierta del dolor punzante que me rasga desde el pie derecho hasta la nalga del mismo lado para agarrarse a ella como si hubiese salido la zarpa del match del macho virtual de la pantalla, que me encuentro sobre mi pecho mojada con la baba que se me resbala del borde de la boca, desubicada, y que me limpio con el dorso de la mano con un gesto sutil pero suficiente para bascular mi centro de gravedad y despuntar ahora sí un grito al clavarme con más fuerza el vértice del cargador del móvil en mi empeine derecho. Sacudo la pierna y deambulo cojeando a la cama para dormirme y rendirme, porque me queda una rendija de vigilia (y por qué no lucidez), para sentir q más me duelen los ojos secos e hinchados d mirar la pantalla, y la cabeza que me palpita como diciéndome: no se si esto es natural, pero es sano. Es honesto. Es asqueroso darse cuenta de la selección que haces en la vida. Pero y si Tinder solo es darse cuenta. Y si Tinder es tomar consciencia. Expongo mi cuerpo como a mi gusta, hago que me gusten esas partes de mi cuerpo, recupero este cuerpo. Hago arte con cuerpo y le quito la condena de cárcel, que no, que mi cuerpo no es cárcel de nada. Mi cuerpo no es límite, es posibilidad. No me quita, me da. Viva los cuerpos joder. Identifico mis límites fuera del pudor y mis gustos en la estética y en la comunicación en lugar de estirarlos por un amor idealizado hasta que mi mente estalla en mi cuerpo, penosa expresión de lo etéreo. Me descubro en la aceleración, sin miedo. Me emancipo desde la evidencia y no desde el misterio. Desde la pantalla, por qué no. Esto me resuena como eco y no se si es el embotamiento cognitivo o el delirio del confinamiento de este cuerpito que sufre el encierro. Con todo esto no voy a poder irme el año que viene d intercambio a Buenos Aires asiq seguiré hablando con Fede por wasap, siempre con mirada rutera. Pienso una vez más en los sin techo y los presidiarios y todos los cuerpos a los que no les ha cambiado la vida durante la cuarentena mientras se me cierran los párpados, o se me quedan entreabiertos porque el Tinder me ha dejado los ojos sin lubricar, y me quedo dormida.
FIN
Alejandra Escribano Iglesias
Ruta 2016