La luz desciende por la tienda,
con una suavidad aterciopelada,
y la ilumina despacio,
con un cariño que nos saluda durmiendo.
La paz.
La tranquilidad,
y el sonido del altavoz que rompe con todo,
hasta con el chino y su amor,
nos despierta.
y la luz nos llena con su libertad,
que trasciende de paredes y fronteras,
e ilumina nuestros besos y abrazos.
Aquellas mañanas eran comienzos,
como todas las mañanas,
pero los días eran distintos,
singulares y especiales,
eran nuestros,
solo nuestros,
y los estábamos esperando.
En esos días nos escapamos de las rutinas,
y nos encontramos hacia dentro,
con nuestro sentimiento,
con el amor fugaz, efímero y brutal,
y con la nostalgia transformadora, sucia y pegajosa.
Desde aquel día,
la luz entra sin huecos en mi persiana,
entra libre,
pero no huele igual.
Por la rutina y la falta de libertad,
de aquellos días,
a los que me gustaría volver a agarrar.
Pedro Rodríguez Villar, 2015
Me has llevado de vuelta directamente a una tienda de campaña en la Ría Celestún de la Península de Yucatán. ¡Mágico!