Tengo un Quetzal en mi brazo
que me susurra aventuras e historias
entre volcanes, pueblos y selvas.
Una vez olvidé que ahí se encontraba.
Envuelta en libros, pantallas y prisas,
encerrada entre cuatro paredes
bajo una gran nube gris que vigilaba.
Y yo solo quería huir.
Pero este Quetzal no se rindió al olvido
y en sueños y abrazos y largas miradas apareció
para llenar de vida mi alma
y devolverme las ganas de cruzar ríos y montañas,
de dormir bajo el cielo y sentir la lluvia sobre mis párpados.
Me devolvió todo.
Y todo en orden, cogí mi gran mochila y partí.
Me lancé a caminar sin rumbo
y poco a poco acabé encontrando
otros zapatos que se unieron a mí.
Otros acentos, cuerpos y maneras de vivir.
Hasta que un día torné mi mirada
y pude ver cientos de quetzales junto a mí.
Buscando un lugar descubrí,
que el hogar puede ser un sitio
pero si sola te encuentras, sola te sientes,
siendo la gente, el hogar.
Teresa Gubern, 2015
Donde haya un rutero, siempre habrá un trozo de nuestro hogar. ¡Precioso!